Gracias mamá

FASE VISUAL:
Una elegante botella troncocónica le da base corporal vestida con una exquisita y sorprendente etiqueta. De cuidado diseño, se permite un toque original con la combinación de naranja sobre negro y a su vez sobre blanco, detalle que convierte en elegante algo que sin él, simplemente hubiera sido fino.
Dentro, el alma … alma que se muestra picota cuando por su edad debería haber sido rubí pero es que esta madre no es una madre al uso, es una madre de aspecto y maneras juveniles pero sin querer quitarse años, simplemente ella es así. Cubre la copa con una película densa y brillante como si quisiera que el cristal nunca la olvidara. Al girar la copa en círculo, una preciosa perla de caramelo gira y gira juguetona y al levantarla, chispas de granadina alegran la vista.

FASE OLFATIVA:
Desde antes de acercarla a mi nariz, sus fragancias trataban de distraerme de la contemplación de su belleza. Cuando ya por fin pude dejarme llevar, una nube de frescura vegetal y floral me envolvió, me llevó de viaje a un mundo de bayas salvajes del bosque, para luego ir disipándose y permitiendo a la pimienta y al clavo crecer, dejando un pequeño hueco para que la vainilla hiciera unos incipientes pinitos. Un aroma balsámico inundaba mis pulmones, permitiéndome una respiración profunda que oxigenaba mi sangre.
Y entonces comencé a oír su voz.

FASE GUSTATIVA:
Primero me echó la bronca, me sorprendió, no lo esperaba con la dulzura de sus aromas, pero así son las madres, si siempre fueran dulces menudos malcriados seríamos. Luego se suavizó, como siempre lo hacen y mimó mi lengua y al chasquearla se abrazó a mi paladar y como yo no quería que se fuera pero se colaba sin remedio por mi garganta dejó un posgusto en mi boca que si bien me mantenía en contacto con ella también me incitaba a seguir buscándola.
Entonces empezó a hablarme y me contó que al igual que ella, no hay asperezas que no lime la buena botella del tiempo, que hay que apartarse, acercarse y volverse a apartar y entonces te das cuenta de que hay fruta donde antes había amargor, que la acidez da juventud intemporal y no malos recuerdos, que los sentimientos negativos te rodean de malos olores y que la generosidad te quita vendas de los ojos.
Y entonces me envolvió la mermelada y todo, todo encajó, todos los elementos se conjuntaron y quise llorar porque me acababa de dar una lección que nunca olvidaría, una lección de madurez envuelta en elegancia, de serena belleza, de tradición milenaria en la que late la más inmediata de las actualidades.
Mi madre volvió a vivir en mí y una vez más, me mostró el camino.

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