O sea, es tan simple como eso: no hay suficiente sol, no hay buen vino tinto. Punto. Y los austriacos no reciben mucho más sol que aquí en Suiza. ¿Como le hacen? Quizá la respuesta a este tipo de preguntas es para mis dos lectores algo de principiantes, pero para mí es magia negra.
Las tres variedades autóctonas de este vino le dan un carácter tremendo, con una cerezas rojas y grosellas maduras y elegantes, regaliz, canela, un por-aquí-apenas-pasó de capuccino y vainilla, y sobre todo una carga de especias exóticas francamente impresionante. Es como tomar un bouquet de hojas y machacarlo con las manos. En boca seduce con un volumen entre medio y completo y un recorrido de claroscuros, la fruta en primer lugar y luego las especias tomando el control. El vino renuncia a estructuras faraónicas y en lugar de eso favorece un ensamble de biblioteca conventual. La salida, lenta como aceite, es tan largo que uno casi se desespera. Mis dos lectores debieran ir más seguido a Austria a disfrutar del sol que hace madurar estos vinos. 43 CHF en Zurich, unos 29 euros.