Emotivo y con mucho que dar al que lo quiera oir.

Vuelvo a abrir otra botella de este vino y no deja de emocionarme su magnífica evolución. De una forma muy personal recuerda al suelo de albariza y a la crianza reductiva en botella, con aromas de mazapán, levaduras, viejo velo de flor y vegetales verdes. Me reafirmo en todo lo de la cata anterior. La boca es cremosamente vegetal y amargosa, que le otorga un enorme recorrido donde se conecta el posgusto con la retronasal en cuestión de segundos, y uno ve pasar su vida, sus amigos, sus errores, tragedias y éxitos, sus penas y sus pequeñas glorias. Realmente creo que uno evoluciona sensorialmente con la edad hacia vinos más sinceros y geniales. Vinos como éste. No está al alcance de todos, ya que hay que probar muchos vinos durante años y además darse cuenta de ello. No creo que se pueda aspirar a algo más que a disfrutar de una maravilla como está desde el punto de vista sensorial, por lo menos hoy y en este momento justo, para mí es un trozo de Gloria. Con la grandeza de los vinos de Jerez nos ocurre como con las personas, que son ramalazos de experiencia y subjetividad personal. Quizás la edad sea la cuestión. Este vino es emotivo y hay varios con esta grandeza repartidos por El Puerto, Sanlúcar y Jerez. Solo hay que girar la cabeza para atrás, con un poco de interés y humildad, e intentar prestar atención a lo que durante años hemos tenido al alcance de la mano, y además, saber ser agredecidos.