Mi primer Château Rayas fue un 1996. Me acababa de leer el libro "Entender de vinos" y había descubierto poco tiempo antes que era una de las mejores garnachas del mundo. Lo compré, lo caté y me dejó anonadado, aunque no lo terminé de entender. Hoy en día cada vez que lo pruebo me pasa lo mismo. Este 2002 me ha gustado mucho aún a sabiendas de que no es la mejor añada de la historia:
Rojo terroso con reflejos marrones y ribete pardo. Lágrima compacta, estructurada y recta. Algo turbio y con poco brillo. Capa baja.
Nariz compleja, profunda y que nos transporta a paisajes mediterráneos. Desde su descorche nos damos cuenta de que nos encontramos ante algo especial y único. Nos creemos los más listos y pensamos que en una cata ciega seríamos capaces de identificar esa fruta negra poco madura, la tierra, los tonos punzantes, los registros animales, la miel, el sol y la humedad.
En boca se muestra rústico, potente, sabroso, goloso, carnoso y con una acidez que tira para atrás. Destacamos sabores a ciruela, pimienta, canela, sangre, ahumados y tierra.
Final intenso y duradero, con predominio de sensaciones punzantes y balsámicas.
Un vino grandísimo, que como expreso en el título es peculiar, aunque no del gusto de cualquiera. No he probado un 78, quizá su mejor añada, pero cada vez que me encuentro con alguna de sus botellas, toco el cielo.