Mortet por los cuatro costados, luego delicioso borgoña.

Estoy con EuSaenz en que este tinto es sobre todo Mortet, mucho Mortet. Con esa capa alta y profunda, su aire más maduro tanto en nariz como en boca, su deliciosa sensualidad.
Los tintos de Mortet siempre me han parecido muy personales y, sin embargo, al mismo tiempo borgoñones a más no poder. No sé si será porque la variedad tira mucho y siempre es capaz de dejar su huella o porque el elaborador siempre se las ingenió de maravilla para jugar con las dos barajas: la suya y la de la Borgoña más suculenta.
En cualquier caso este tinto es el perfecto ejemplo de un estilo y la fidelidad a un origen. De terroir no hablaré porque últimamente he decidido que no tengo ni idea de lo que eso significa, o, al menos, ya no sé muy bien como dar con él cuando nos las vemos a solas la copa y yo. Puede que aquí alla terroir o no. Puede que por Marsannay tampoco haya mucho que pillar en ese aspecto. Qué más da. Lo único que sé es que este tinto tenía todo lo que podía esperar de su elaborador: personalidad, madurez, amabilidad, profundidad; y mucho de lo que podía esperar de un gran Borgoña: ese aire apetitoso, esa sutileza comestible, ese no dejarse cazar nunca del todo, ni en aromas, ni en sabores, esa obra maestra de saber seducir desde la chita callando, ese estar encantado de que uno caiga en sus redes sin remedio.
Más o menos todo eso me sucedió a mí. Y algunas otras cosas más que, por pudor, prefiero callar.

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