Bollinger R.D. 96

Amarillo dorado, límpido y brillante al extremo.
Sublime camping de domingo, imagen estampada por la imaginación al cerrar los ojos y absorber los aromas del champagne de Aÿ.
Huele a media tarde, sentados en una sábana de cuadros rojos y blancos, en medio de la inmensidad de un manto de césped fresco, Al centro, la merienda, una fuente plena de nísperos, naranjas confitadas, un piña abierta muy madura, manzanas verdes y un racimo de uvas; a un lado una bolsita de almendras y nueces, un plato tapado con papel de plata en el que se esconde una Tarta Tatin, sugus (de esos que no te dejan comer hasta que no te acabas la comida), un ramillete de hierbabuena y dos tarritos, con caramelo líquido uno, y miel el otro. El paisaje es una maravilla: a un costado una cascada que rebota en las piedras e intensifica la sensación mineral que embruja todo el ambiente, a unos escasos metros un tronco con pies de setas y al frente un viento de viñas que se pierden en la montaña.
La boca es maravillosa, acaricia todo el paladar y lo envuelve de untuosidad alegre, de seriedad y complejidad, de equilibrio y armonía, de elegancia y cariño.
Tiempo hace ya que la burbuja lleva un anillo de matrimonio, se unió al vino, le juró amor eterno, nunca le engañó ni falló y ahora resulta imposible desprenderla, catalogarla o describirla pues formaron uno, un único R.D. 96.

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