Botella con etiqueta impecable y unos 40 cc de merma. Corcho original, casi carbonizado, adherido a las paredes del cuello de la botella gracias a lo cual ha producido un sellado eficaz. Juan Ferrer trabajó lo suyo para sacarlo limpiamente. Lo decantamos durante una hora y luego estuvo en mi copa durante casi 20 más sin dejar de crecer. Color ámbar oscuro, algo yodado. Nariz muy intensa, que hace que se te erice el vello, en la que dominan las notas de trufa blanca sobre un fondo de ron añejo y de caramelo de miel, flores ajadas, recuerdos animales, ámbar, barniz viejo. En boca sorprende su viveza, con una acidez claramente presente y un fino dulzor. Impregna la boca como un perfume, persistiendo durante minutos y es casi imposible desprenderse de sus aromas de guirlache, frutos secos tostados, miel, nueces, higos secos, trufa. Profundo y enigmático, se queda en el recuerdo de forma indeleble. Con las horas de aireación, va rejuveneciendo, aproximándose al de 1970 que está en la otra copa. Impresionante que un vino del siglo XIX pueda mostrarse tan vivo y entero.