Dom Perignon 1998

-Aspecto: límpido, brillante, cristalino.
-Color: amarillo pajizo con reflejos dorados.
-Copa parada: notas frescas, hinojo, levaduras, mantequilla, balsámicos, alcohol, panadería, bollería, frutas tropicales, melocotón, plátano y piña muy madura.
-Copa agitada: se intensifican los aromas que habían aparecido anteriormente y a parte dejan paso a recuerdos de manzana verde, pera, vainilla, manzanilla, jazmín y demás notas florales se combinan con aromas de frutos secos y especias como la pimenta.
-Boca: -Ataque: potente, fresco y sorprendente.
-Paso: sabroso, equilibrado y elegante.
-Final: muy equilibrado y agradable.
-Burbuja: fina, muy bien integrada y se podría decir casi perfecta.
-Caudalía: muy larga.
-Temperatura: 11º - 13º C.
-Maridajes: ostras, jamón de bellota, tartar de lubina con caviar.
-En conjunto resulta un vino muy aromático, elegante, intenso, persistente, equilibrado, sabroso y estando recién salido de bodega aún puede reposar en botella durante un largo período de tiempo.

Siempre pensé que cada vez que abriera una botella del champagne más famoso a nivel mundial, el Dom Perignon, sería un momento de alegría y disfrute. Ésta vez era la última añada que ha salido a la venta, el 98, y como recientemente mi novia acaba de romper conmigo decidí que si no era con la pareja qué mejor que beberlo con mi mejor amigo. No era una noche feliz y el frío (que personalmente no me gusta), comenzaba a hacer acto de aparición. El caldo, impresionante, muy potente aromáticamente y extremadamente complejo, pero ni las peras, manzanas, piñas, manzanillas, especias, frutos secos, mantequillas, flores, vainillas, levaduras y demás deliciosos aromas consiguieron apartar de mi mente la perfecta música que escapa en forma de olor del cuerpo de una mujer. Me besó el champagne y fue delicioso en todos sus aspectos, equilibrado con una burbuja finísima y perfectamente equilibrada, me cautivó y su recuerdo persistió en mi boca durante un tiempo ilimitado; fue encantador. A falta de la compañía perfecta, pensé en unas ostras, en un buen jamón de bellota o en un tartar de lubina. En conjunto me pareció maravilloso. No acabamos la botella, dejé una copa para ella, que al día siguiente tuve que tragar con angustia. Esteban se fue, me fui a la cama y cayeron, al igual que en la copa del champagne dos lágrimas, una por la ilusión de volver a disfrutar de este vino y otra por la mujer perdida.

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