Dejar un genérico de Borgoña de un productor no muy conocido durante más de dos o tres años suele ser un experimento algo arriesgado. No digo que los vinos se pongan malos, porque eso es muy difícil en tan poco tiempo, pero usualmente pierden mucho fuelle y generalmente se malogra hasta la tipicidad. El de hoy, sin embargo, un tinto de una bodega que no es famosa y que tiene más de cinco años, aparte de no haberse dejado nada por el camino, sigue fresco y probablemente hasta haya ganado en profundidad. La capa es baja y está limpio y los olores todavía mantienen fruta roja y especias. En boca hay tirantez, frescura, alcohol difuminado y poca madera. Es aquí donde vemos que se ha desplegado un mayor número de matices (especias, sotobosque, cueros…), un inicio de terciarios que aún no terminan de serlo. El final es largo. Poco más que añadir. Cumple, y con creces.