Me quedaban tres botellas, ahora solamente dos, y tengo que reconocer que con este vino me conformaba con que estuviera simplemente bebible. Había abierto en 2021 otro Circunstancial de la misma añada y aunque me gustó, me dijo mucho menos que el de hoy, con el que estoy disfrutando de lo lindo. El color, sin llegar a estar anublado, sí que es algo turbio. Por lo demás, en la fase visual, todo en orden. Aromáticamente, es un vino que inexplicablemente mantiene unos cítricos y unos toques florales que para sí quisieran muchos vinos del año. Aparte de eso, detectamos mucha mineralidad, expresada por su carácter salino. La boca es perfilada y todavía no muestra esas notas dulzonas de los blancos con años, es más larga que ancha y tiene una acidez muy alta. La materia prima acojona de lo buena que es. El final es largo. No tengo muchas ganas de seguir explayándome, pero seguramente se trate de la mejor verdejo con años que he bebido.

Dorado, limpio y brillante. Ni un poso.

Comienza tímido, dando toques a uva blanca, laurel, hinojo y vainillas. El aire (tampoco hace falta jarrear) y el tiempo hacen que se abra un poco más. Sin llegar a poseer un abanico muy amplio en nariz, sí que acaba sacando otras notas como la manzana, las piedras en formas de fósforo y la botica.

En boca se trata de un vino dotado de una acidez prodigiosa, parece mentira que se trate de un 2010. Aparte de la acidez, la estructura es fina y vibrante, cargada de fruta sutil pero patente y mineralidad. No hay alcohol ni tampoco madera, ignoro si la lleva.

El final es amable, rocoso y primario.

Un Circunstancial proveniente de una añada adversa. Un vino de corte natural, sin adición de sulfuroso, que se ha mantenido a las mil maravillas después de casi once años.