Dorado cobrizo, limpio y brillante. Ahora el corcho va lacrado por debajo de la cápsula.
Sale fantástico en nariz y medio día más tarde e incluso cuando se calienta, ya está pletórico. Todo es armónico en esta fase. Ningún matiz se antepone a otro; si comenzamos con los cítricos y el plástico, al cabo de poco tiempo empieza a salir el melocotón, la uva blanca, el jazmín, la miel, la pimienta, la pólvora y las piedras.
En boca nos encontramos con un vino estructurado, redondo, glicérico, con un buen armazón, pero también con una frescura que lo desposee del carácter cargante.
Final largo y complejo.
Acídulo, con esa personalidad intrincada que tienen los rieslings secos alsacianos. Con menos acidez, más corpulencia, y por qué no decirlo, con más empaque que muchos alemanes (Mosela, Nahe...).
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