Los vinos blancos secos de Málaga también evolucionan con nobleza

El paso de los años ha dado a este vino un majestuoso porte de tonalidades doradas, con reflejos de oro viejo e irisaciones verdosas. Son colores vivos, cálidos, que reflejan una evolución majestuosa del vino en la botella y que preludian la musicalidad aromática, la sinfonía de sabores que acontecen cuando nos asomamos a la copa, con emoción contenida.

Desde un primer momento, el vino nos sorprende, nos deja fuera de juego, nos hace arrojar por la ventana todos los estereotipos, nos descoloca de tal manera que bajamos la guardia y nos entregamos, desnudos ya de prejuicios, a la contemplación de su belleza atemporal, al deleite provocado por una originalidad sin parangón, a la constatación del hecho irrefutable de la grandeza de una Moscatel de Alejandría en estado puro, procedente de laderas ancestrales de pizarras descompuestas, de viñas retorcidas por el peso ineluctable de los años, con raíces capaces de extraer la esencia telúrica de un terruño inigualable. El vino se ha hecho noble con el paso del tiempo, ha adquirido la sublimidad que solo unos pocos elegidos son capaces de conseguir. Ahora es un ser distinto, con personalidad propia, pero permanece fiel a los aromas primitivos de su infancia, a esas notas de cítricos y de flores secas de acacia, que ahora se enriquecen con los recuerdos de jugosas piñas asadas, de nísperos japoneses maduros, de orejones de melocotón y ciruelas amarillas, de pulpas de sidras en sazón, de cabello de ángel jaspeado de pinceladas de miel de eucalipto y tomillo, de almendras blancas y frutos secos. Es un vino de complejidad abrumadora, desconcertantemente elegante, lleno de infinitos matices que surgen por doquier de la copa.

Y en boca es, sencillamente, apabullante, voluptuoso, tremendamente sensual, un canto al hedonismo líquido. De una textura ampulosa, afinada como las mejores sedas, glicérica, elegante, equilibrada en una acidez que lo vertebra y le confiere una viveza imponente. Se despliega como un arroyo brioso de aguas cristalinas y puras e inunda la boca con aromas de mieles, de balsámicos, de cítricos confitados, de almendras frescas, sobre un fondo salino de una mineralidad terrosa y pincelada notas de incienso. De una rotundidad y una franqueza que emocionan, como solo los grandes vinos, moldeados por el paso del tiempo, son capaces de hacerlo.

  • Ariyanas Blanco Monovarietal 2006

    Ariyanas Blanco Monovarietal 2006

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