Pura ambrosía

Este tipo de vinos tan complejos, tan cambiantes y con tanto fuelle son complicados de describir; imaginen que de su película favorita, del cuadro de sus sueños o de su canción perfecta tan solo les dejasen explicar un fotograma de, pongamos cinco minutos en el primero de los supuestos, tres centímetros de la esquina superior derecha del segundo ejemplo, o una secuencia en el tercer caso de, por ejemplo, quince segundos. Sería complicado, por no decir imposible comunicar nuestras impresiones por no tener al completo la totalidad de la obra. Aquí pasa igual. Lo que capté con este Le Mesnil del 95 durante la media hora que la botella duró fue enorme: intensidad, elegancia, riqueza de matices, sapidez, carácter varietal, rectitud, barroquismo, pero por encima de todo, sencillez: un Champagne. Nadie habría puesto en duda su lugar de procedencia. Si me preguntan que a qué sabe este vino, contestaría que no tengo ni idea, que seguramente cada añada sea diferente. El año pasado el 96 al que nos invitó James me pareció un vino atómico, directo, vertical hasta la médula y seguramente abierto demasiado joven. El 95 de este aperitivo de Nochevieja, como comentó Henry, el anfitrión de la sesión y el que invitó a la botella, pura ambrosía.

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