El sudor de Dios

Porque este vino tiene que ser eso. Te llena de espiritualidad, te hace creyente, te postras ante él como viendo un milagro. Es más que un vino... Es una religión.

Y por qué digo esto? Porque es lo que me transmite, algo único, algo que si no lo pruebas no puedes describirlo, porque es un vino de sensaciones, de sentimientos, de su tierra.

Ese color oro viejo ya te dice que estás ante algo especial, una reliquia, un generador de momentos mágicos y únicos. Esos aromas de frutos secos tostados, flores secas, salinidad a cascoporro, ahumados, aceitunas verdes, e incluso panal de abeja si se le da tiempo y temperatura... son sólo meros descriptores que no hacen justicia a lo vivido, porque repito, es un vino que se tiene que sentir, se tiene que vivir.

La boca ya es un camino directo al cielo, lleno de albariza, de pasión, de mar... Una boca que tiene registros como salinidad marina, frutos secos, mineralidad, cáscara de cítricos muy maduros, una acidez increíble, sensaciones punzantes, flores marchitas, una tremenda potencia, pero sin perder un ápice de finura, de elegancia. Todo esto es una mínima parte de la experiencia, a la que se le une un cuerpo y esqueleto increíble, un postgusto eterno, una forma de envejecer majestuosa y una vida que irá más allá de nuestro entendimiento.

Este vino es magia, es religión es... el Marco de Jerez.

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