En busca del alma de la Moscatel

En una añada donde la mineralidad despunta y la pizarra pugna por hacerse sal disuelta en jugo sabroso de uva blanca, Ariyanas se muestra como el vino capaz de rozar el alma de la Moscatel más pura. Llegado a este punto de la historia de esta bodega malagueña, se recogen ahora los frutos del empeño incansable de sus afanados vinicultores por profundizar en la esencia más íntima de la variedad alejandrina, así como profundizan en los suelos sayalonguinos las raíces de sus cepas retorcidas, casi centenarias, en busca de la frugal sustancia vital que se esconde muchos metros por debajo de donde pisa el hombre. Solo con un respecto casi idolátrico por la tierra, la cultura de la vid y su fruto más preciado, pueden conseguirse dosis de excelencia como las que se alcanzan en estos vinos únicos, puros, auténticos, desposeídos de cualquier artificio, liberados de innecesarios ornamentos para dejar al descubierto toda la belleza de su alma, el alma de la Moscatel.

El vino se muestra al mundo con sus colores sosegados y limpios, de tonos amarillos, pajizos y reflejos de sol naciente, para regalarnos pronto sus aromas florales y terpénicos, genuinamente varietales, muy bien definidos, nítidos y elegantes. Las flores blancas de acacia y azahar se abren primorosas, como con las primeras luces de la primavera, para dejar en el aire sus sutiles fragancias, tenues y elegantemente femeninas. La flor envuelve como paño de seda a la fruta fresca y madura, ofreciéndonos aromas de hollejos de uva, de lichis exóticos y cítricos de limón verde y pomelo amarillo, sobre notas anisadas de hinojo. Despliega sus aromas con profusión, a la vez que con elegancia, pero sobre todo con una frescura mineral, cítrica y balsámica, sin parangón, adornada con pinceladas de hierbas de monte mediterráneo, con recuerdos sutiles de tallo de jara recién cortado.

En boca, el vino es generoso al mostrarnos su presencia, dotada de una frescura portentosa, apoyada en una acidez integrada y exquisita, finísima, amplia, que inunda la boca con la vivacidad de los cítricos y de unas discretas notas amargas que contribuyen a darle gracia y jovialidad. La exuberancia de los aromas en nariz contrasta con la justeza y el carácter serio con el que el vino se muestra en boca. De discurrir amplio, se expresa sin tapujos en notas cítricas de piel de lima y flores blancas. La sal de la tierra pizarrosa se percibe en su carácter más sabroso y afilado, modulado por una textura fluida y grasa que aporta cuerpo y lo dota de una grata vinosidad. De muy buena longitud, deja un final de recuerdos fieles a la variedad... fresco, aromático, salino, terpénico... Moscatel inconfundible, sincera y auténtica, con el alma al descubierto.

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