Radicalidad máxima

Dorado claro. Limpio y sin excesivo brillo. El gas es denso.

La nariz está muy apretada y, prácticamente, lo único que muestra son indicadores cítricos, anisados, mentolados y pedregosos. Veinticuatro horas más tarde, los aromas siguen igual, sólidos como una roca.

En boca lo primero de lo que nos damos cuenta es de que realmente este es uno de esos vinos que hacen salivar. La acidez es máxima, los toques a limón muerden las encías y la madera o el alcohol no acompañan para amortiguar el golpe.

Final mineral y secante.

Un Champagne de una radicalidad total. Apto para platos grasos y contundentes.

Degollado en mayo de 2018.

 

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