Comenge Don Miguel

Cuando un artista crea algo para sí mismo, nunca queda tan bonito como cuando lo hace para alguien, o mejor aún, para alguien querido. Sea una pintura, una canción, un poema o un vino, nada es comparable a poner en ello un alma ajena, por encima de la propia.
Este vino, Don Miguel, es grande por eso, porque lleva dentro el alma de alguien amado, de parte de alguien que le ama.
El vino muestra con claridad, sin tapujos, sin ambigüedades, lo que es. Tal cual. Potente, rotundo, noble y sincero, es lo que es, lo que se ve, lo que se percibe. Sabor, energía, el equilibrio de quien al fin ha conseguido guardarlo. Manos abiertas con las palmas hacia arriba, sin nada que esconder.
...
Cada vino te dice con quien debes tomarlo.
Los hay, la minoría, que me piden tomarlos solo, aunque al final resultan ser la mayoría de los que tomo. Otros, la mayoría, son para tomar en compañía, aunque resulten ser, al final, los que menos tome. De estos últimos, los hay de distintos tipos: de familia, de conocidos, de compañeros de trabajo, de amigos, de amores...
Pocos, siempre, pero alguno a veces.
Éste de hoy es de familia (Don Miguel es el abuelo del propietario de Bodegas Comenge, Álvaro Comenge), y yo me lo he tomado con mi padre, mientras me contaba interesantes anécdotas acerca de la construcción del Valle de los Caídos, a la que su tío, Ernesto, electricista de la obra, le llevó siendo niño en alguna ocasión.

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