Lo quería catar - encontrar con el paso del tiempo. Botella número 91.

Lo he encontrado distinto, algo distante que no esquivo.
Es sutil, refinado, tiene un aroma profundo que nos recuerda a los frutos negros, bien maduros, naturales, francos, te llega y te convence, es como si las recolectaras ahora mismo. Hay bayas de mora de barranco, arándanos y endrino junto a una cereza picota. A la par hay un fondo muy negro, mineral te habla del terruño, se significa. Y cuando digo que te lleva a su terruño no solo es hacia la tierra lo hace también hacia el bosque y al pino balsámico, al orégano. También es muy potente la crianza en barrica, aunque de forma bien integrada, formando parte de un mismo todo, es elegante, altiva, serena, penetra. Hay finas especias sin alardes o coloridos y un punto tostado sin quemados esta tramado en la fruta, es mermelada dentro del marco fresco, hay un rico punto vegetal que ensalza la frescura del hollejo, la maceración, la fruta con bondad, te atrapa.

En la boca llena un camino que también lo aleja del inicial, esas notas rusticas se han transformado sin perder su intensidad y dejarme que me repita, en bondad y definición, comes y chupas la fruta, su esencia, su origen, su ser. Te llena, te entrega, te aporta tanto placer como confort, es largo y profundo, el tanino sabe expresarse como nadie, marca, tiene nervio pero como no, con cordialidad, es amable. Sientes las hierbas del monte bajo y ese aspecto balsámico profundo a la par de otro punto cálido éste como un eco, un recuerdo, leve, agradable, justo.

Este vino es placer y contenido esta llenito de argumentos para seguir viviendo, espero tropezar de nuevo con él. Querer es poder.