Encontrar el monumental hotel Kempinski de Brujas no es sencillo, ya que éste se esconde al final de una callejuela secundaria. Debido a su extraña ubicación y por la falta de perspectiva, el inmueble podría pasar perfectamente desapercibido, aunque, si nos fijamos bien, admiraremos su preciosa arquitectura del siglo XV. La imponente y señorial fachada mezcla piedra y ladrillo con unos enormes ventanales y unas esbeltas torres con picudos tejados.
Una vez dentro del recinto y situados justo enfrente de la mesa de recepción, al fondo observaremos la distinguida escalera y a mano izquierda el sugerente bar, espacio que recomiendo visitar, sobre todo para saborear sus excelentes cervezas de grifo mientras entramos en calor cerca de una de sus chimeneas.
Las habitaciones son espaciosas, confortables y recién renovadas, con camas amplias y mullidas. Su decoración clásica en tonos rojos, dorados y marrones desprende buen gusto. Los cuartos de baño, modernos y convenientemente equipados, disponen de bañera y ducha separadas, dos lavabos y una surtida selección de artículos de higiene suficiente para no viajar con bolsa de aseo.
El centro cuenta con un agradable Spa con piscina, sauna y hammam que hará las delicias de los cansados huéspedes una vez terminada la jornada turística.
Los desayunos consisten en un completo y refinado buffet con excelentes croissants, tostadas francesas, zumos, embutidos, salmón ahumado chocolates, huevos... que reponen constantemente los serviciales camareros.
Un cautivador edificio perfecto para el descanso en una ciudad fascinante, perfecta para dejar las preocupaciones en casa, un hotel lleno de encanto, recomendable sólo para los que busquen algo de calma.