Hotel Consolación (Teruel)

EL LUGAR

Entre el mar y la meseta, el norte y el sur, se encuentra la provincia de Teruel…

A este territorio le dieron la espalda el desarrollismo y las prisas de la civilización moderna. Marginado durante las últimas décadas, se llegó a temer por un éxodo de población y su consecuente conversión en provincia fantasma. Nosotros, no en vano, creemos que en este olvido reside un encanto único y un potencial que los turboletas deberían cuidar. Gracias a ese abandono se ha mantenido la esencia de esta tierra y ahora se debe preservar y, porqué no, dar a conocer.

Tras una breve visita de 3 días a la comarca de Matarraña hemos vuelto enamorados de una cocina sabrosa y con un producto notable más allá del archiconocido jamón de estas tierras. También del encanto de sus pueblos, algunos de los cuales se nos antojan escenarios de películas al estilo del Séptimo sello o El manuscrito encontrado en Zaragoza, donde el viajero al pasear se embarca en un flashback a siglos e historias remotas. Tal es el caso de Beceite o La Fresneda. Y por supuesto nos ha cautivado la belleza de sus campos de olivares y almendros y sus frondosas sierras casi vírgenes, pobladas por el majestuoso pino negro. En mitad de uno de estos bosques, coronando una plataforma calcareo arcillosa y asomándose a un espectacular valle se encuentra el Hotel Consolación.

Este lugar es un auténtico monumento al placer de la calma y el retiro del mundanal ruido. A la entrada del terreno se encuentra la Ermita de la Consolación, coqueto edificio religioso del siglo XVIII en el que destaca su imponente cúpula. Junto a él, la antigua casa del párroco, actualmente reconvertida en recepción y restaurante del hotel, en la cual se alojan también las cocinas (siempre abiertas a la curiosidad del huesped), una sala de recreo con chimenea, una biblioteca y el playground, estancia acolchada donde podremos ver la tele, si es que en algún momento nos acordamos de su existencia. Porque en las habitaciones, nada de nada. Lo que sí encontraremos en ellas es un oasis de buen gusto y relax. Alojadas en un conjunto de cubos individuales encaramados al filo de la plataforma, ante ellas se extiende el bosque, la vegetación no parece tener fin y el único artefacto humano a la vista es una hilera de molinos eólicos acariciando el horizonte. Simplemente hay que ir allí para creerlo y disfrutar en primera persona.

Ahora visitemos el restaurante, que tampoco se queda atrás….

EL RESTAURANTE

Tras echar una ojeada a la carta nos decidimos por el menú degustación, que ya teníamos en mente y de precio bastante asequible.

El menú comienza con una Barra de tapas, en la que destacamos las croquetas y las patatas bravas.

Continuamos con el Huevo en su cáscara con crema de queso y espuma de espárragos, de textura conseguida y mezcla de sabores confusa, variando bastante según el modo en que llenemos la cucharilla.

Después vino la Morcilla con manzana y pimientos asados, muy buena, sabrosa y bien medida en su punto de dulzura.

Los Raviolis de anguila ahumada en caldo especiado no nos gustaron en igual medida al tandem gourmet. Mademoiselle Terrible los encontró sorprendentes mientras que Monsieur no tanto.

Tras ello, un Envuelto crujiente de cordero con mayonesa ligera de tomate realmente delicioso. El ternasco de Aragón es una de las materias primas fundamentales de la cocina de la zona y destaca por su sabor, catapultado aquí por un notable ingenio culinario. Igual de acertado nos pareció el Arroz meloso de caza y trufa, surtido con paloma torcaz.

Pasamos después a la Caballa con puré de puerro y aire ahumado de mejillones, un plato de influencias ferranadrianescas que fue un éxito. Deliciosa la caballa tanto en su corte como en su cocción. Y excelente la espuma, cuyo potente aroma no nos dejó indiferentes. Fue además un eficaz desengrasante como preludio al Lomo de cordero con espuma de patata, último de los segundos platos, que sin duda acabará por saciar el estomago más glotón.

De postres pudimos saborear, no sin cierto esfuerzo, una Emulsión de maíz con cremoso de aguacate y cacao, que a nuestro parecer representó una pequeña decepción dentro del notable conjunto. La textura no está del todo conseguida y el sabor del aguacate nos resultó demasiado invasivo.

Por último, un Budín de chocolate especiado con cardamomo, tapioca y crema de café, típico coulant llevado un poco más lejos gracias al toque que le aporta la tapioca y el aroma del café como digno acompañante.

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