Viena es muchas cosas, Sissi, música, Danubio y Sacher.

La ubicación del hotel es inmejorable, justo en frente del Teatro de la Opera. A escasos 300m de la Catedral, a un paseo del Albertina, a un suspiro del Museo Sissi y pegado a las calles mas comerciales, de la estación de metro y de las paradas de autobuses que te pasearan por todo Viena.

Zonas comunes escasas, relativamente pequeñas y de abigarrada decoración, prevaleciendo el color rojo/Burdeos sobre todas las cosas.

Habitaciones decoradas al uso, mejor evitar las que aun no están remozadas (Pta 2ª), que aunque algo más baratas (450.-€) no nos harán disfrutar al máximo de la estancia, pasillos estrechos, otra vez todo rojo. Ya que nos ponemos es preferible alojarse en las renovadas (550.-€) que se sitúan en nuestro caso en la 7ª planta, pasillos más amplios, colores más suaves.

Amplias, limpias y luminosas, domotizadas en parte. Insonorización exterior impecable, no así la interior que deja intuir algún ruido de habitaciones colindantes.

Cuarto de baño amplio y perfectamente equipado.

Desayuno buffet a la altura de las circunstancias, salmón de varios tipos, mesa de quesos, amplia variedad de salados y dulces, como no, la imprescindible tarta Sacher y otros dulces de la casa que una vez probados casi diría que ganan a la afamada tarta, por ejemplo en bizcocho de ponche, Champan Cuvee Sacher, francamente bueno, y un largo etc. de calidad y variedad.

El SPA situado en la 5ª planta puede ser una buena opción para unos momentos de relajación, aunque las instalaciones no justifican el precio de los servicios.

La atención al cliente es francamente profesional, discreta, atenta y eficaz. Cualquier reserva de museos, conciertos o restaurantes te la solucionan al instante, pero como todo en esta vida, a su injusto precio.

Un verdadero testigo de la historia Austriaca y europea en general, que merece la pena visitar,

Además, por ser cliente no esperas cola ni para las cafeterías del hotel ni para sus restaurantes:)))))