Se han quedado a las puertas

Hace ya varios años, cuando escuché que habían decidido demoler el antiguo hotel y levantar uno nuevo que siguiera fielmente los planos (aunque éstos no fueran los originales, ya que el primer edificio data del último tercio del siglo XIX) de 1915, me quedé alucinado. Efectivamente hacía mucho tiempo que sus instalaciones pedían a gritos una reforma integral, era increíble que con su privilegiada situación, mucho mejor aún que la del Real, las habitaciones sufrieran ese estado de abandono y decrepitud.

Por ello, poco después de que anunciaran su reinauguración, visité el establecimiento en 2013 y me alojé en una junior suite. Nuevamente, hace unos días he pasado una semana en una doble de la cuarta planta, de las que tienen terraza. En ambos momentos mis sensaciones han sido parecidas; buenas estancias con espacio suficiente, luminosas, actuales, con baño confortable y algún extra. Las zonas comunes como el restaurante, la cafetería y el hall siguen los mismos patrones de luz y decoración. Me gusta incluso la solución arquitectónica que le han dado al espacio central de la planta de dejar todo el hueco desde detrás de recepción hasta las lucernarias de las cubiertas. Pese a todo, no creo que el estilo sea el más acertado ni para la ciudad ni para esta "Casa" tan emblemática. A mi juicio ha perdido ese aura señorial de lámparas de araña, molduras en los salones del fondo, espejos dorados o aquellas figuras modernistas al pie de las escaleras de la entrada. Ahora predomina el blanco, un color muy oportuno para Ibiza, pero no tanto para Santander. Mi reflexión es la que resumo en el título de la reseña, se han quedado a las puertas. El trabajo de la fachada me parece excelente: respeta elementos clásicos como los balcones, los forjados y las torres y añade otros más modernos como las terrazas. Hasta nos devuelve por un instante a tiempos pasados, recuperando el viejo reloj del tejado. Sin embargo el interior carece de personalidad y resulta anodino. Apostaría a que el factor económico ha sido clave.

Por lo demás todo sigue igual, ofrece sabrosísimos desayunos, buen picoteo en la terraza y notable carta de carnes y pescados todos ellos de muy buena calidad. Ojo a sus vinos, sospecho que la selección es de Alma. Encontraremos referencias muy recomendables a precios casi de tienda.

En resumen, pese a que lo han tenido en la mano para recrear algo muy especial que aunara tradición y novedad y les ha faltado algo de mimo, visión o dinero, a día de hoy estoy seguro de que el Hotel Sardinero es la mejor opción de la ciudad.

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