Pese a que suene raro, encontrar un buen hotel en la ciudad de Miami que esté en primera linea de playa y que haya sido reformado recientemente no es tarea fácil. Tras una ardua comparativa de las diferentes opciones, nos decantamos por el Ritz-Carlton de Key Biscayne, ( o traducido al español, el archiconocido Cayo Vizcaíno del torneo anual de tenis). Esta exclusiva zona separada por un único puente del centro de la ciudad está a una media hora del downtown y a otra media de Miami Beach y de Oceans Drive, enclaves turísticos de visita obligada, por lo que alquilar un coche, más que necesario, se hace indispensable.
Ritz-Carlton es quizá la cadena hotelera de mayor prestigio e historia del mundo y cuenta con setenta establecimientos, algunos de ellos míticos como el de Paris, el de Londres o el de Hong Kong y otros a los que les falta algún detalle para llegar a la excelencia.
En el caso que nos ocupa, nuestro edificio se emplaza en un reducto privado verde, con cuidados jardines, alejado del mundanal ruido, rodeado de mansiones y enfrente del mar. Se trata de la típica construcción de piedra alta y cuadrada, que da una sensación de robustez algo alejada de la imagen de elegancia y clasicismo propias de la marca. Los espacios comunes interiores y exteriores recobran ese carácter señorial y distinguido que estábamos esperando. Cruzar el umbral significa adentrarse en una preciosa recepción con tresillos y piano, un "rhum bar" decorado con maderas exóticas y luz tenue con aires coloniales, tiendas y un magnífico restaurante italiano, galardonado en varias ocasiones por su conseguida gastronomía y por su amplia carta de vinos, con referencias de todo el planeta y precios para todos los gustos, si te quieres gastar 1500$ en una botella, puedes hacerlo y está claro que si los ofertan es porque tienen clientes dispuestos a desembolsar ese dinero. Nosotros cenamos allí una noche y salimos muy satisfechos. El exterior cuenta con dos piscinas climatizadas, jacuzzi, cafetería y una exclusiva salida a la playa a pocos pasos.
Al llegar a nuestra habitación de un piso alto, todo vuelve a truncarse, y eso que al ir con un bebé y al tener la ocupación a medio gas nos hicieron un "upgrade" sin coste adicional. La estancia es diáfana, luminosa y da al inmenso océano, el problema es el dormitorio de reducidas dimensiones, la moqueta y los cuadros trasnochados, la cocina con pila y microondas, la terraza ochentera y el cuarto de baño con cortinilla en la bañera. No parece digno de un hotel de estas características, sino más bien de un "todo incluido" caribeño.
Teníamos contratado el desayuno, que consiste en un buffet libre con dulces y salados bien preparados, pero que no varían demasiado, al cuarto día acabas algo aburrido de la selección.
SPA gratuito separado por sexos, con piscina de chorros, sauna y baño turco. El wifi se paga aparte y son 10$ al día, detalle feo, cutre e impropio de un hotel así.
Servicio diligente, amable, profesional y servicial, una tropa de hispanos a los que dimos bastante el coñazo cuando perdíamos la llave, les pedíamos que calentaran los purés de la niña o les encargábamos que efectuasen la reserva en algún restaurante del centro.
En definitiva, un Ritz con una insuficiente relación calidad-precio que me defraudó por los motivos aquí relatados y del que esperaba mucho más. La ciudad tampoco me enamoró.