Clásico alicantino.

No hay que entender de vinos para beber un Raspay, sin embargo, sí tratar de entenderlo. Si te cuesta conseguirlo, lo ideal sería plantarte ante él como si no hubieras probado otro tipo de vino, como si los métodos de elaboración se hubieran congelado desde la creación de este. Y es que esta ancestral joya es todo un ejemplo de como se hacían los vinos en Alicante.
Intenso color de borde amarronado ocre, con una lágrima densa y transparente.
Aroma lleno de clasicismo, notas oxidativas, abocado ya en nariz, lleno de especias dulces, aceitunas negras, fruta licorosa, pacharán casero, pasas.
Redondo en boca, trago abocado, alcohol integrado y que ayuda al equilibrio del vino, su tacto es algo más que acariciante, sus taninos maduros llenan la boca pero a su vez son como minúsculos granos de fina arena que se quedan sedimentados en las encías y paredes de la boca, postgusto muy maduro de ciruelas y uvas pasas.
Lo tenía guardado para un arroz al horno, desde luego que le va, como también a una fideuá de setas y longanizas, a un guiso de costillas con trigueros... me viene a la cabeza todos los hechos en barro y de aire mediterráneo.
Mención aparte lo de su presentación. Te traslada en el tiempo, como cuando ves esos comercios de sombrererías o mercerías con rótulos de primeros de siglo XX. Un cinta con la bandera española se desliza por el cuello desde el gollete hasta desembocar en una etiqueta llena de reseñas, hasta "tinto brut" pone, excelente información.
Considero que es imprescindible tenerlo, al igual que los clásicos riojanos, solo que a estos no hace falta que nadie los defienda y a esta "rareza" llamada Raspay si. Otro motivo es en cuanto a lo didáctico, ideal como punta de lanza de los fondillón, por esos rasgos de dulzura.