Catar un vino de este tipo en la propia bodega, en La Catedral… pues es un placer difícil de comunicar que va más allá de lo que es la propia cata.
Nos lo sirvieron, tras la liturgia del degollado con tenazas candentes, en la propia Catedral. Fuimos agitando la copa por el resto de la bodega y metiendo la nariz de cuando en cuando a ver si se abría…
El proceso que llevan estos vinos es el de una campana de Gauss muy corta. Hay que esperar un tiempo ¿15 minutos? Hasta que se abra, en ese momento lo disfrutas ¿otros 15 minutos? Y muere rápidamente.
A la vista presenta un color rubí apagado con menisco ocre, de capa baja.
En nariz es de baja intensidad y alta complejidad. Cuando se ha abierto, entramos en un apabullante bosque umbrío, que da paso a madera mojada, armario recién abierto después de mucho tiempo, tostados, vainilla, regaliz, cuero… El bosque umbrío se va transformando en monte bajo… ¡Qué transformación!
Tuve un debate conmigo mismo. Estos vinos, pensé, son para tomarlos en tu casa, frente a la chimenea, y meditar, disfrutar, recrearte, olfatear, paladear… Pero, por otro lado… ¿qué mejor sitio para degustarlo que en la propia Catedral? ¡En la propia bodega! Un lugar en el que el vino, cual lámpara mágica, lleva encerrado… 58 años. Un vino, un ser vivo, que no ha conocido otro mundo que ése. Pensar que las uvas salieron al inicio del otoño del 56, de algún viñedo a pocos metros, acaso algún kilómetro, para llegar ahí, a la bodega, adonde llegaron, las pisaron, las fermentaron, las criaron en barrica y las embotellaron para que, después de 55 años de reposo, de letargo, de estado anestésico, llegara algún privilegiado como yo y…
En boca es liviano, cálido, delicado. Tiene un balanceo acidez/salinidad que le da mucha “vidilla”. Más salinidad que acidez, la suple, parece que ha estado esperando a que ésta baje para aflorar. Me trae recuerdos de agua de flores, pero un tanto marchitas. De frutas rojas que se van yendo, de almendras amargas. No es expansivo, pasa como con timidez, pero sin poder esconder su innata elegancia. Como esos ancianos que caminan sigilosos, todavía dignamente erguidos, con el mentón alzado, con su traje que un día fue impecable, el nudo de la corbata quizás demasiado delgado pero bien hecho, el cuello de la camisa ajándose, pero bien almidonado… que parece que van diciéndole al mundo: “El que tuvo, retuvo”.
Pero es largo, profundo. Se mete hasta la cocina.
Y se queda ahí un buen tiempo.
Y en tu memoria… pues siempre.
P.D.: mi cata número 1.000 para él, por respeto y admiración.
El vino... ¡y el momento!
;-)
Si señor, tuve la suerte de compartir contigo ese momento.
Gracias Nowher, pero... ¡qué pereza!
Enhorabuena por el estupendo comentario y por esas 1000 notas de cata!! Ahora que siga creciendo esa cifra.
Saludos!!
Gracias Alberto! A ver cuando llegas tú a 1.000 albariños!
jeje
Joer Aurelio, campanas de Gauss y todo, estás hecho un portento, jeje. Enhorabuena por esas 1000 catas y por disfrutar de ese vinazo. Ahora ya sabes, a por las 2000, claro. Un abrazo,
Ferran
Utilizamos cookies propias y de terceros con finalidades analíticas y para mostrarte publicidad relacionada con tus preferencias a partir de tus hábitos de navegación y tu perfil. Puedes configurar o rechazar las cookies haciendo click en “Configuración de cookies”. También puedes aceptar todas las cookies pulsando el botón “Aceptar”. Para más información puedes visitar nuestra Ver política de cookies.