En esta añada en Pomerol no tan buena o mala (si de tipicidad se habla) como en Burdeos este vino es un torrente de frutos rojos en compota, extremadamente goloso, dulce, tan potente que hace que uno no quiera sacar la nariz de la copa. En boca el vino es robusto, un poco más graso de lo normal a mi forma de ver para Pomerol, con acidez presente no demasiado marcada y un muy largo postgusto. Una verdadera golosina.
Confieso que probablemente sea por llevar la contraria a la mayoría del personal, pero siempre me han caído bien la nariz y el paladar de Bob Parker y el hacer de Michel Rolland, y más después de habérmelas visto con ese tramposo panfleto llamado Mondovino.
Si relaciono a ese par de personas, que no de personajes, es porque en más de una ocasión suelen emparejarlos para definir, y casi siempre denostar con más alegría que claridad, un cierto tipo de vino que se ha dado en llamar, ya lo sabéis, "parkeriano".
He de decir que he probado un puñado de los vinos que elabora-aconseja-o-lo-que-sea Rolland por los cuatro costados del mundo y no me han parecido tan de escuadra y cartabón como a algunos les suele gustar señalar. Sólo con pensar en ese tinto salvaje y visceral llamado Yacochuya que elabora en Argentina (no es el único) se me ponen los pelos de punta...
Y bendita sea su culpa si sus tintos suelen mostrarse accesibles desde jóvenes, ricos a más no poder y seductores. Cuando se le critica por eso siempre me viene a la cabeza esa dama ataviada de negro hasta la barbilla, con una biblia en la mano, mirada de censura y aires de un puritanismo siempre de mal humor, a malas con la alegría y la buena vida.
Ya puestos con este tinto, he de decir que los vinos menos "estilo Rolland y/o Parker" según el criterio de muchos, puede que sean los que firma en su tierra natal, Burdeos.
Aquí a esa suculencia accesible a poco tiempo de botella se une la frescura y la profundidad que a un gran Burdeos debe suponérsele. Evidentemente el perfil de los tintos de la orilla derecha del Garona (Pomerol, Saint-Emilion) le sientan como a un guante al bueno de Rolland.
Este Bon Pasteur es un buen ejemplo de ello. A pesar de habérselas tenido que ver con la peliaguda añada de 2003, el vino aguanta el tipo en cuanto a frescura y (perdón por el galicismo)digestibilidad. Desde luego sus notas, tanto en nariz como en boca, balancean más del lado de los frutos negros y la madurez bien compacta que de un estilo más ortodóxamente atlántico, pero no deja de ser un Pomerol en toda regla, voluptuoso, acariciante y tan largo como ancho.