De los emocionantes.

Para este curso me he propuesto no marear la perdiz soltando loas a diestro y siniestro cuando un vino me encandila con lo de el "terruño-terroir", la "personalidad", "el alma", y, ay, peor aún, "la tipicidad". Cuanto más bebo menos sé al respecto, mis curas de humildad, eso sí, muy gratificantes, van en aumento, y, a mi edad, un poco de comedimiento verbal tampoco me vendrá mal. Así que me limitaré a clasificar mis vinos favoritos entre los que me emocionan y entre los que "sólo" me proporcionan placer.
Sí, ya sé que no he descubierto la pólvora. Pero si tiro de memoria sensorial debo reconocer que el filtro que definitivamente ha colocado a ciertos vinos en mi poblado olimpo personal siempre ha tenido que ver con la emoción y con esa extraña y escurridiza sensación de no saber cómo explicar, cómo describir, cómo contar todo lo que un vino grande ha sido capaz de ofrecerme. De lo único que he estado seguro en todos los casos es que esos vinos me emocionaban más de la cuenta, justificando cualquier locura que uno pueda hacer por ellos.
Este tinto de este ilustre Domaine ya me emocionó en su añada 99. Ahora vuelve hacerlo con este 2003. Puede que el muy maldito juegue con trampa, ya que parece ser que ambas añadas han sido excepcionales en lo que a los tintos de la côte de Beaune se refiere.
Aquí me las he vuelto a ver con un tinto perfumado y profundo, siempre suculento como sólo un gran pinot de Borgoña puede serlo, y refinado, fresco, floral, especiado...
Tal vez esta añada se muestre más madura, con esas furtas rojas tirando a negras, una boca más grasa y una acidez menos percutante. No obstante, ha vuelto a emocionarme. Y en mi escala de valoración eso es lo mejor que puede ofrecerme un vino.
Me preguntó como estarán los Volnay y Pommard de Pago de la propiedad. ¿Aguantaría de la emoción?