Una reflexion sobre el vino mediterráneo

Me centraré en José María Vicente, de Casa Castillo en Jumilla, para expresar algo sobre tres “tipos” de vino, que en mi opinión se dan a la perfección en este productor.

El primero podría ser un vino donde el viñedo tiene tal fuerza, sus viñas tal vejez, su suelo, arenoso en este caso en un clima donde toda ayuda a la cepa es poca, máxime si rondan los 60 años de edad y su sufrimiento natural ya es grande, en definitiva, un vino donde el terroir en su conjunto ya habla solo y consigue tal calidad de racimo, que en bodega he has de limitar a “no romper” eso e intentar traspasar a la botella toda esa excelencia. Hablaríamos del Pié Franco de Casa Castillo.

El segundo tipo podría ser su antítesis, un vino donde el enólogo, el hombre y sus decisiones lo serán todo para el vino resultante. Donde el viñedo es más joven, aunque sabiamente elegido (clones, terrenos, viticultura… nada al azar), donde el trabajo en el viñedo se torna brutal, todos los días encima intentando llevar la cosecha al punto justo que tú quieres, así como en la bodega, vinificando en una búsqueda muy concreta, para un mercado muy concreto, un vino muy concreto. Hablaríamos del Valtosca, también de Casa Castillo.

Y habría un tercer tipo de vino, en este caso una mezcla de los dos anteriores, donde se conjugarían la potencia y excelencia de un terroir (no tan excelso como el Pié Franco, pero mucho mejor que el del Valtosca) y el trabajo del hombre. Donde partiendo de ese magnífico suelo de gravas y de unos viñedos de cabernet sauvignon y monastrell ya con unos muy respetabilísimos años encima, el hombre no es un espectador del milagro de la naturaleza, porque también quiere intervenir en el resultado final, también quiere dirigir ese terroir primero y esa elaboración en bodega después hacia un punto determinado. Las opciones son varias, podría querer hacer un vino en el registro totalmente mediterráneo y cálido y por añadidura con la potencia de un vino moderno llevado a conciencia y al extremo de todas sus consecuencias (normalmente traducidas en vinos riquísimos y también puntuadísimos), o podría el hombre buscar un camino diferente, en el que sin perder un ápice de tipicidad mediterránea, el vino fuese un poco más “frío”, pero en el mejor sentido de la palabra, por poner un ejemplo, un vino que si tuvieras que definirlo entre un Clío (magnífico ejemplo de vinazo del tipo moderno en jumilla) y un Gauby (el mejor de los posibles ejemplos para mí de lo que es la excelencia de un vino mediterráneo, en el Rousillón), el vino resultante quedara mucho más cerca del Gauby que del Clío.

Eso es una elección personal, donde el hombre, viticultor y enólogo encarnados en la figura de José María, tiene que trabajar de forma muy distinta todo el año para ir en una u otra dirección, desde el viñedo hasta la botella. ¿Qué ha conseguido? Para mí un vinazo, en una división 10-15 euros que para mis registros se torna imbatible, un vino con muchos meses de barrica nueva que no sale por ninguna parte que no sea para bien, una mezcla monastrell/cabernet (más o menos a medias) que resulta difícil ubicar, pues no es clásico y tradicional, tampoco moderno y resultón, sencillamente es un vino magníficamente hecho, como deberían ser los vinos de esta división, un vino para disfrutar, pero que es capaz de hacerte también reflexionar (aunque hayas probado grandes joyas enológicas mundiales). Un vino que catado como lo hice ayer, recién embotellado (menos de un mes) y con el palizón que eso supone para el vino, había que darle tiempo, dos horas, pero que ya empezó con una nariz preciosa, con talco, rosas y efluvios muy bonitos debajo de una potencia frutal importante y un especiado noble de la madera que conjuntaba todo, que sumaba y no restaba. Vino que con el paso de los minutos iba ganando y ganando en boca y cambiando en nariz, hasta lograr mostrarse por entero, desnudarse y decirte que detrás de esa fruta con la madurez magistralmente medida, de esa frescura que hacía que sus casi 15 grados no aparecieran por ninguna parte (mediterráneo Gauby, tipicidad sí, vino abrasador no) que ese tacto fluído y maravilloso de paso por boca y ese retronasal fino y complejo, te dejaran ver que también es mineral, porque hay terroir, porque hay verdad, porque el vino es la conjunción perfecta entre esas fincas de Las Gravas y el hombre, José María Vicente.
Un vino que empezará a estar bueno, muy rico, quizá estas navidades y pletórico, como un vino importante, esta primavera… necesita reposarse en botella, este vino lo merece.

Recordarles que estamos en la división de los 10-15 euros.

Enhorabuena José María, para mí has despejado algunas dudas que tú sabes… en el Levante español, para mí, tenemos a un maestro en ciernes, un maestro de los de verdad.

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