Motor y arte en la Manchuela.

Aún no tengo claro si es una torcaz o una perdiz lo que figura en la etiqueta, pero junto a esas manos que la cogen lo que me parece es un guiño a la tierra total.
Sobre el color bien se podría utilizar uno solo, el negro, si no fuera por un hilo que sirve como borde y el cual es de un morado nazareno que no ha hecho otra cosa que recordarme a la semana santa, porque de Mancha a Manchuela puede haber más diferencia vinícola que cultural o religiosa. La lágrima es como las saetas que se cantan, fina pero impregnando.
Los aromas que desprende son contundentes de inicio y algo más frescos y llevaderos al final, nada más abrir la botella lo primero que te recibe es un golpe de ciruela negra muy madura, ciruela que se confirma en confitura tras tres horas de descorche, aparecen también presentes una moras negras mojadas en aguardiente, especias como el pimentón, algunas notas lácteas antes de llegar a los balsámicos finales, laurel y eucalipto junto a otras de hierbas de monte.
Corpóreo en boca, poderoso, llena la boca, muy maduro, vuelven esas ciruelas negras del principio, pero lo más agradecido es ese final a eucalipto que le dá como contraste ese toque un tanto refrescante. Desde luego las hierbas y balsámicos ayudan mucho a este vino.

Cumple las expectativas, intuía de todas formas a que vino me enfrentaba y eso ayuda ya que eliges bien la comida. Es un ejemplo de como se pueden hacer las cosas en una D.O. menor, y tras probar algunos de la zona anterior a este, me doy cuenta de que fué sin duda el ejemplo del que tiraron otras bodegas.