Una fruta burgalesa magnifica y con evolución en botella.

Rojo cereza de capa alta y pequeño ribete anaranjado granate teja. Nariz abigarrada al principio con aromas férricos sobre una frutilla del bosque silvestre en confitura y tostada. Hay aromas terciarios que recuerdan al cuero y al tueste cárnico en barbacoa, hay matices de barro y terracota, claramente de algarroba, flores ajadas, inicios de hierbas medicinales, hinojo, vegetales, pastel de cerezas horneándose sobre un ligero fondo de perfil torrefacto. Final con notitas de pimienta y fúngicas, de maderas en descomposición – humus. En boca es rico, de ataque maduro, tostado, con buena acidez y levemente amargoso, pero con volumen, con rápida retronasal férrica y ahumada como muchos vinos de la zona burgalesa. Deja en el paso ese matiz frutal maduro, tánico, amargoso y terciario que también se percibe por vía retronasal, con una sensación en el posgusto de maíz tostado. Un estupendo vino que desde la modernidad inicial ha girado hacia los terciaros de la crianza en botella, con el peso de su mochila inicial de la extracción, grado y madurez frutal. La inmediatez está reñida con la evolución, como en la Vida misma, un planteamiento no es mejor que otro, pero siempre digo que el objetivo enológico debe de fijarse en ese momento en el que “ tu “ consumidor descorcha la botella, por esto es muy complicado gustar a todos, ya que hay muchos consumidores y momentos. Cuando tomamos un vino de Burdeos o de Borgoña demasiado pronto, hablamos de “ Infanticidio “ pero en España no nos atrevemos a tanto, salvo con escasas marcas. Este Torresilo está mágnifico, noto en él ese cambio de personalidad, que lo está llevando magistralmente, de la mano de esa mermelada de cerezas con ahumados, torrefactos y sublimes notitas cárnicas, aromas tan propios de la Ribera Burgalesa, porque los vinos de Ribera / Valladolid no son así. Tampoco son más, ni menos.