Todo lo que un grande del Medoc puede dar estaba ahí. Fruta roja en su punto justo de maduración, cerezas, grosellas, especias, tierra húmeda, trufa, boletus, tabaco habano, cedro, minerales. Todo yendo y viniendo, entremezclándose siempre desde la elegancia y la profundidad. En boca toda esa complejidad envuelta en una acidez perfecta y unos taninos vivos, maduros, voluptuosos. Retronasal emocionante transmitiendo todo el terroir. Persistencia sin fin. Y eso que la 94 fue una añada mediocre. Y eso que el vino todavía no ha alcanzado su apogeo.
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