Teja de capa baja. Limpísimo y sin posos. Y eso que el corcho se ha caído en el interior cuando intentábamos abrirlo.
Fruta negra sin que esté ni pasada ni licorosa, hojas de sen, sangre, especias de monte bajo, cueros, humo de puro, desván, hojarasca… lo típico para un vino de esta edad si es que hemos tenido suerte y no está muerto.
Boca finísima. El que no se haya convertido en barro es decisivo, aquí volvemos a notar su delineada figura y su esbelto paso. Delgadez, aunque también profundidad de sabores, que coinciden con los olores que ya hemos descrito. Sorprendente acidez, escaso rastro alcohólico y una cierta madera vieja, otro apunte típico de los tintos riojanos. Muy buenas sensaciones generales.
Final complejo y de larga duración.
No recordaba haber bebido este 88 y me ha gustado bastante.
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