Este es un vino delicioso que tiene muchas catas distintas. Evoluciona continuamente en copa.

La nariz no es demasiado intensa (no al menos para mi nariz poco sensible!) pero sí muy rica y compleja. Se abre con notas sutiles de fósforo, pedernal e hidrocarburos, pero evoluciona y genera muchos matices amplios florales, minerales y de frutos secos (nueces) y miel. La fruta en el trasfondo es tropical, piña, y de hueso, melocotón. También da aromas claros de lácticos (mantequilla) y sin embargo no me ha llegado nada de manzana verde, que suele darme en la mayoría de los Chardonnay que he probado.

En boca entra untuoso y muy elegante, con acidez moderada y mucha persistencia que acompaña pero de manera siempre recatada, sutil. Mineralidad y salinidad a raudales. Confirma la fruta de la nariz aunque en boca da más cítricos, y la miel acompaña en todo el camino.

Me voy a poner filosófico. Hay vinos hedonistas que satisfacen los sentidos y vinos ascéticos que aspiran a satisfacer el espíritu. Estos últimos acarrean más trabajo, porque los sentidos son mucho más sensibles (valga la redundancia) que el espíritu, que necesita mucha más reflexión y calma para captar la sutileza de los vinos ascéticos.

Los vinos hedonistas, cuando son buenos, son mucho más fáciles de apreciar por aquellas personas que –como yo—tienen sus sentidos poco desarrollados, poco “sensibles”.

Este es un vino ascético. Y por ello, no intuitivo. Pero es excelente. Lleva algo de trabajo llegar a esa conclusión si tus sentidos son poco sensibles, pero al final llegas. Y te quitas el sombrero.

Un vinazo. Y eso que es un Borgoña, que les tengo manía. Pero es que encima sin ser barato no es disparatado de precio, que es una de las cosas que me fastidia de los Borgoña. Lo compré en España hace poco por 50 euros (aunque ahora no lo encuentro a la venta) por lo que la RCP la califico como “muy buena”.

Lo dicho: un vinazo.