Curiosa historia la de este tinerfeño, Eduardo Torres Acosta, de familia vinícola, con estudios agrarios y enológicos, emigró a Sicilia para vendimiar con Arianna Occhipinti, de ella me gustan hasta los andares; no me extraña que quedara prendado de la isla y decidiera emprender allí tal aventura vitivinícola.
Cobijado por el Etna, Eduardo embotella cepas enraizadas en cenizas volcánicas. Las uvas, un 50 por ciento de minnella y otro 50 por ciento de otras variedades autóctonas (carricante, catarratto, inzolia y grecanico). Entre los viñedos viejos de Nerello Mascalese siempre se esconden entre un 10 y un 15 por ciento de cepas de uva blanca que utiliza para armar este coupage albino. Las uvas de las 5000 botellas de esta añada 2019 maceraron con los hollejos durante 2 días antes del inicio de la fermentación alcohólica que arrancó de forma espontánea, todo este proceso se llevó a cabo sin control de temperatura. El vino durmió en depósitos de hormigón y barricas antiguas antes de ser capturado por cristal y corcho natural.

Color amarillo dorado con ribete de oro blanco, limpio y brillante.

En nariz es eminentemente cítrico, pomelo y limón, se siente acompañado de frutas amarillas, ciruela japonesa y níspero con trasfondo de calabazate y miel. Cabe definirlo como un vino profundo, salino y controvertidamente mineral, aromas de tiza con un toque ahumado y terroso; tenues notas balsámicas acaban de configurar la paleta olfactiva de este maravilloso vino.

En boca tiene una entrada perfumada, ligera y sedosa, plácido y sosegado, mediterráneo. Cálido sin ser ardiente, acogedor, invita a jugar con él en la boca, se sitúa principalmente en el lecho del paladar,  su parte amarga vibra con emoción para nuestro deleite.