El corcho está pulverizado. Tanto, que ni siquiera es posible meterlo dentro de la botella. Quitamos los trozos como podemos, colamos dos veces y hacemos una triple decantación.
El color es magnífico, como un tinto de Burdeos con años. El borde todavía no llega a ser teja. La capa es bastante baja y está limpio. Brilla, pero no tanto.
La nariz es la típica de un viejo Vega Sicilia: sale con ese inconfundible toque a acético que por una vez se diluye bastante rápido (a la media hora ya no quedaba rastro), después van apareciendo las notas a mandarina, higos y ciruela. Poco más tarde nos encontramos con los consabidos recuerdos a carne cruda y sangre mezcladas con especias a tabaco de pipa, canela y clavo. Terminamos con hojarasca, cueros, pólvora, humedad y piedras. El chocolate amargo, el café, los tonos licorosos y la madera vieja, permanecen en todo momento.
En boca sorprende su lozanía; aun encontramos un tanino tirante y mucha frescura (más de la habitual). El paso es misterioso, cambiante y muy complejo, pero también resulta relativamente ligero, esa proporción de albillo, absurdamente abandonada hoy en día, obraba maravillas. Fruta, acidez, alcohol y madera van al unísono y todavía giran con mucha garra. Le queda cuerda para rato a este 86.
Final largo e intrincado.
Unas verdaderas obras de arte eran estos Reserva Especial de la época. Joyas de talla mundial incluso en ediciones no muy renombradas.