Ámbar oscuro e irisaciones doradas. La nariz es embriagadora, donde predominan las matas aromáticas, hierbas medicinales, melaza, almíbar con melocotones, piña muy madura, dátiles, cacahuates, higos, orejones más frescos, esparto, anisados, carne de cerdo cruda, aromas de flores blancas, polvo de talco y de floristería con toques herbáceos de tallos de clavel en jarrón con agua, caramelo en el horno, cera de abeja, miel de romero, crema solar, finísimos aldehídos, rayadura de limón horneándose, romero, tomillo, crema de pastel, palo de vainilla y lavanda que recuerda a una colcha blanca recién lavada y colgada al viento. En boca es impactante, todo lo que pueda recordar a la fruta en almíbar tostada se queda pequeño y a las hierbas medicinales es poco, te llegan hasta la punta de la lengua como si fuese la espina dorsal de los sentidos organolépticos, pues desde ahí va hasta el resto del cuerpo como una vía “ sanguínea “ que relaja tu mente y te hace mirar la esbelta botella que tienes al lado tuya. El posgusto es maternal, como una placenta que lo envuelve todo, hay unión de sabores, aromas y sentido, sinceramente tienes la sensación de inclinar la cabeza ante todo esto. No es posible medirlo ni valorarlo. Estos son los vinos de la antigüedad ( o parecidos ), vinos generosos, con una perfecta comunión con el oxígeno y que llegan hasta El Alma o por lo menos de lo que uno cree que es su Alma, que en mi caso son los vinos de Jerez. Esta botella se la compré a Juan Ferrer ( Énopata ), creo que es el mejor catador que he conocido en todos los tiempos y tiene una cultura sobresaliente de los vinos y también de los espirituosos. Ese vino lleva unos 15 años embotellado.