Pasión por la Moscatel de Alejandria

Es difícil no entregarse en cuerpo y alma a la belleza rotunda, transfigurada en aromas y sabores profundos, de esta Moscatel. Es inútil pretender no dejarse cautivar por las fragancias embaucadoras que destila la copa y nos transportan a un paisaje de primavera incipiente, de finales de Marzo, con las primeras flores de azahar perfumando el aire, con esa caricias tiernas de aceites esenciales de la flor del naranjo y la acacia. Uno no puede reprimir el impulso de respirar los encantadores efluvios de miel de eucalipto, de piel de pomelo rosa confitada, de mangos maduros mecidos por la brisa del mar en las suaves colinas de la Axarquía malagueña.

La pasión se vuelve irrefrenable y se hace verbo cuando el elixir de dioses se derrama por nuestras sedientas bocas, con caricia de terciopelo, con ese fluir glicérido, graso, que no es sino obra divina para el placer humano, para el éxtasis culminado en el sabor de las mieles de mil flores, la frescura irreprimible y amarga de confituras de naranjas y flores blancas... Un encuentro dionisiaco que dura lo que una puesta de sol a finales de Agosto y nos deja el ansía incontenible de volver a vaciar, una vez más, nuestras copas refulgentes de oro de Alejandría.

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