Es como una mezcla de fruta en almíbar alicorada, flores blancas, bota vieja de Jerez y notas de canela.

Color ambarino oscuro con destellos dorados y levemente yodados en su ribete. Nariz compleja, muy elegante y más fragante que punzante. Traslada como una sinfonía aromas de melaza, fruta en almíbar alicoradita, finos aldehídos con recuerdos de flor espino, jacinto y canela. También hay notas de bota jerezana, cierto perfil de albariza seca (mineral), frutos secos como lo anacardos y una sensación de cera y flores blancas. Final de nariz donde sí se percibe el matiz punzante y de la crianza en Bota, junto con los de la oxidación de los alcoholes. En boca es de ataque glicérico, untuoso, amplio, de paso goloso y seco al mismo tiempo, que le deja una sensación de empaque perfecta para enseguida pasar a un largo recorrido y posarse en un posgusto placentero y lleno de sensaciones de fruta pasa, orejones y matices aldehídicos por vía retronasal, que otra vez lo llenan de complejidad. Es como una mezcla de fruta en almíbar alicorada, flores blancas, bota vieja de Jerez y notas de canela. Dicen los viejos del Lugar que los vinos de Jerez tienden a oler como sus dueños, en alusión a que siendo un proceso de elaboración similar, en cada bodega el vino de cada Bota coge una dirección sensorial distinta, incluso en Botas de la misma Solera. Aquí radica la importancia de la selección que Antonio Barbadillo Mateos realiza en sus sacas y que cada vez están más en la punta de la pirámide de lo más autentico de los vinos generosos de El Puerto, Sanlúcar y Jerez. No es un Oloroso clásico ni moderno, está riquísimo y tiene su estilo propio