Q’Tomas gastrobar en el centro de Valencia fue el restaurante escogido para celebrar mi cumpleaños el pasado mes de enero.
Nuestra intención era disfrutar de unas cañas con sus correspondientes tapas en la planta baja para luego pasar al restaurante de la planta superior.
Los depósitos de cerveza que dominan el campo visual desde la entrada captaron mi atención. Cañas como las de Madrid, Sevilla o Granada son difíciles de encontrar y las que nos tomamos en el Q’Tomas aquella noche fueron merecedoras de un aprobado.
Durante el tiempo que pasamos (éramos 7) entre caña y platazo de jamón adosados a la barra, tuvimos ocasión de prestar atención al interiorismo del local. Techos altos, diafanidad y luz son los elementos protagonistas.
En la planta restaurante el espacio parece multiplicarse, y resalta la vasta colección de vinos, de entre los cuales escogí un Matarromera.
La noche de autos nos atendió Óscar, como así se presentó nuestro camarero. Sus consejos y comentarios nos guiaron eficientemente.
La idea era combinar los sabores mediterráneos con los asiáticos, para muchos de mis amigos totalmente desconocidos hasta dicho día y que, tras la experiencia en el Q’Tomas ya habrán incorporado a sus dietas. Aunque yo ya había ordenado los entrantes cuando hice la reserva, a cada comensal le correspondía elegir su plato principal in situ.
Una tras otra, las entradas comenzaron a llegar a nuestra mesa. De frías a calientes: Tartar de atún (con tanto éxito que se quedó escaso y ordenamos otra ración); tomate y queso (tomates de la huerta, de los que “saben a algo”); una ensalada valenciana (ordenada fuera de carta y que en cocina no tuvieron reparo en preparar); dos surtidos de croquetas para que tocasen a una por barba; y un pulpo a la brasa de escándalo.
Tras reposar unos minutos, Óscar tomó nota de los platos principales, que vinieron a ser rodaballo (mi pescado favorito y que redescubrí esa noche); cuatro hamburguesas de buey wagyu (la popular Angus Beef no le llega a la suela de los zapatos y, aunque una de ellas estaba poco hecha para el gusto del comensal, enseguida la prepararon siguiendo sus instrucciones); y, para los más atrevidos, dos filetes de pollo a la brasa con salsa picante. Extra picante, con lo que cayó una tercera botella de vino.
Sin más apetito, esta vez no degustamos postre, pero sí que trasladamos la fiesta de nuevo a la planta baja, más bulliciosa, para brindar con unos gin tonics de Hendrick’s al aroma de pepino.
Todo lo consumido durante esta noche, pagado a escote, fueron 67€ por cabeza.
Esa misma noche reservé mesa para San Valentín, y para entonces espero poder probar el famoso ravioli de rabo de toro.