Como a uno no le da pereza coger el coche cuando de comer bien se trata, hoy nos hemos escapado hasta la capital burgalesa para visitar un restaurante que siempre nos ha deparado buenas experiencias. Se trata de El 24 de la Paloma, emplazado a la sombra de la imponente catedral gótica, en una zona en la que en la restauración manda el tipismo: sopa castellana, morcilla de arroz y lechazo asado. Aquí sin embargo su cocina va en otra dirección, si bien no faltan tampoco esas ricas propuestas tradicionales.
A la hora convenida nos presentamos en el local, donde nos ubican en el comedor de la planta baja, un espacio cómodo y de líneas clásicas. Tras hojear la carta, nos decidimos por el menú degustación, una opción que en este establecimiento deja en manos del cliente la elección de la mayor parte de los platos (entrantes, pescado y carne). Su precio es de 37€ +IVA y quedó finalmente constituido por los siguientes platos:
- ESPUMA DE QUESO AZUL Y MIEL: se presenta en un vasito de tubo, en cuyo fondo encontramos la miel y sobre ella una liviana espuma de queso azul de potente sabor. Una sencilla pero acertada combinación de sabores que fue un buen comienzo.
- TARTAR DE ATÚN ROJO: lo elaboran en un carrito auxiliar delante del comensal y difiere de otros en el protagonismo que cobran algunos productos picantes, como el jengibre. Me gustó, si bien creo que debería haber llevado menos salsa de soja, cuyo sabor se marcaba más de lo deseado.
- RISSOTO DE ESPINACAS Y GAMBA ROJA: el mejor plato de la comida, con un arroz en su punto y muy bien ligado, disponiéndose sobre un carpaccio de gambas y acompañado de una fina crema de este marisco. Muy bueno.
- BACALAO AL PIL-PIL CON PIMIENTOS: bien elaborado, pero algo deficitario de jugosidad. Correcto.
- LOMO BAJO DE VACA EN ACEITE DE ENEBRO CON PURÉ DE CAYOTE*: otro de los platos que más nos gustaron, con sabores potentes, pero bien conjuntados. Por poner un pero, la carne, que se presenta finamente fileteada y al punto, podría haber estado algo más tierna. Aún así, buen plato.
(*) El cayote es una especie de calabaza americana cuyo sabor recuerda vagamente a la patata.
- RAGÚ DE PIÑA: servido en una cuchara para comer de un bocado, cumplió el papel de prepostre. Sabía a piña, a secas, y no aportó nada especial al menú.
- TORRIJA CON HELADO DE CANELA: la torrija se presenta sobre un fondo cuyo sabor recuerda al caramelo de café con leche y se acompaña de helado de canela. La verdad es que no estaba mal, pero lejos de esas torrijas que te pueden hacer llegar a peder la cabeza.
A destacar que el menú incluye también el pan, detalle que muchas veces se cobra aparte. Por cierto, los servidos en este local son muy variados: de tomate, de aceitunas negras, de pasas, etc., y todos ellos de buena calidad.
A mis hijas les sirvieron un menú infantil (15€), que comprendía un primero (arroz a la cubana o pasta), un segundo (escalope o chuletillas de cordero) y helado, y que parece les gustó.
El apartado vinícola es una de las bazas de este local, que cuenta con una carta que abarca numerosas denominaciones, si bien nada más llega a profundizar en algunas de ellas. Los vinos extranjeros tienen un cierto protagonismo, si bien la mayoría de ellos son de gama alta y sus precios muy elevados. Entre las cerca de 500 referencias que componen la oferta de este local nos decantamos por un Michel Lafarge Bourgogne L´Exceptión 2010 (25€), un fresco y ligero borgoña tinto que se dejó beber muy bien. Servido en copas Riedel, fue presentado a buena temperatura, encargándonos nosotros del llenado tras darlo a probar.
Terminamos la comida con dos excelentes cafés (invitación de la casa) acompañados de varios petit fours y con las mismas buenas sensaciones de visitas anteriores.