Entre Yellowstone y Grand Teton

Desde que te dispones a aterrizar en el inigualable aeropuerto de Jackson Hole, tienes el presentimiento de que algo especial te va a suceder.
Una vez abajo, recoges el equipaje, alquilas una furgoneta Pontiac para siete personas, coges el mapa y enfilas hacia una de las dos carreteras que nos llevan al pueblo. A unos kilómetros, a pocos metros de la carretera, observamos un bisonte pastando tranquilamente. A lo lejos divisamos una manada de quince o veinte elks...
Cuando llegamos a Jackson, mires donde mires, todo parece sacado de una postal del viejo oeste, pero no nos confundamos, el pueblo no está construido para el turismo; nos encontramos en el epicentro del "Middle West" en Wyoming, y esto existe de verdad.
Pasada la localidad, nos vamos topando con granjas de ganado sacadas de la película de Superman.
Subimos una colina y llegamos a la recepción del hotel, realizamos el "check-in", y sin casi tiempo para nada más, nos invitan a dirigirnos a sus cuadras. Allí, dos cowboys nos ensillan unos caballos. Ya está todo preparado para iniciar el paseo. No sé donde estoy, el corazón me late muy rápido, y a mi cerebro le cuesta asimilar estos nuevos registros de montañas con sus picos nevados, lagos, ríos, llanuras del tamaño de Castilla la Mancha, flores y aves rapaces. Cuando de pequeño veía por la televisión aquellos anuncios de Marlboro, pensaba que los paisajes estaban trucados... me equivocaba.
Después de tres horas, cansados y emocionados, nos retiramos a la villa que hemos alquilado. Un salón con enormes cristaleras, decorado con chimenea, mesas de comedor, equipo de música y TV de plasma, una terraza, una cocina con todo tipo de utensilios y un aseo, conforman la planta baja. Arriba cinco confortables y frescas habitaciones con cuartos de baño con hidromasaje, ventanas con mosquitera y unas vistas inenarrables nos esperan para descansar un rato.
Cada villa dispone de un jardín abierto al monte por el que nos recomiendan que no hagamos incursiones demasiado alejadas, ya que la semana anterior un oso ha despedazado a un senderista...
La noche es bestial, y si no está cerrada, nos permite observar las estrellas de un modo que jamás hemos visto. Esto es naturaleza en estado puro.
Tienen piscina descubierta, lo cual a simple vista parece algo con poco sentido, ya que los días son suaves y las noches frías en pleno mes de julio. Sin embargo, si eres valiente y te metes, descubres el secreto, está climatizada, lo cual hace que el baño, rodeado de este paisaje, sea portentoso.
Los desayunos que preparan en la cafetería del hotel, también con unas mágicas vistas, son pantagruélicos. Cafés, chocolate, zumos, batidos, tortitas, bollería, huevos, bacon y ensaladas en cantidades industriales. Si se opta por realizar excursiones al amanecer, te preparan unos "picnic boxes" para un regimiento.
El restaurante, "The Granary", es uno de los más reputados de la zona, y ha ganado diferentes premios, incluyendo el "Award of Excellence" de la revista "Wine Spectator". Tampoco lo probamos, ya que en Estados Unidos acabas tan astragado del desayuno y de la comida, que es complicado dejar espacio para la cena.
¿El precio?, al cambio unos 2000€/día las siete personas. Se puede decir que es caro.
¿La experiencia?, única e irrepetible.
Por desgracia, según nos vamos haciendo mayores, menos cosas nos asombran. Si tuviéramos que quedarnos con ocho o diez fotos de nuestra vida, para mí, ésta sería una de ellas.

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