Hotel rústico con encanto

Un hotel con encanto, que recupera un antiguo edificio modernizándolo y haciéndolo cómodo pero sin perder su antiguo sentido. Estuvimos en la habitación 10 que, aunque pequeñita, muy bien distribuida y con una magnífica terraza hacia el Montsant. Además, pudimos comprar algunas pequeñas cosas en una tiendecita del pueblo, con gran servicio de vino y queso, e incluso desde el restaurante (aunque no tienen servicio de habitaciones) nos subieron algo. Un hotel perfecto para cualquier visita al priorato, en pleno pueblecito, y cerca del restaurante "Els irreductibles".
El desayuno, muy variado, en una sala muy agradable, una especie de antiguo patio pintado de azul, y muy alta.
El personal muy atento y agradable.

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