De color dorado suave brillante.
Nariz de buena intensidad con unos aromas dulces, maduros, con unas notas amieladas, de membrillo fresco, florales, frutos con hueso, lichis y un fondo ligeramente mineral.
En boca tiene una entrada ligeramente dulce que rápidamente se ve contenida por una acidez cortante, cítrica... Sí, hay azúcar residual, pero con ese filo de acidez nadie podría decir que este vino es dulce. Tacto cremoso, untuoso y largo recorrido con un final de fruta dulce y flores blancas.

La última botella cayó con con comida pakistaní, pero es ideal para picantes, cocina asiática...

Color pajizo brillante de ribete dorado y brillos alimonados.
Nariz de intensidad media con mucha fruta tropical algo madura, fruta de hueso confitada, almíbares, amielados, vainillas y galleta tostada.
Boca de entrada de corte dulce, agradable. Acidez bien bien presente, y perfectamente ensamblada. Paso untuoso con registros de mieles y vainillas con cierta calidez, que lo hacen único.
Final muy fino y persistente.

Fermentado espontáneamente en esferas de cristal alemán Schott.
Grandísimo vino para maridar gracias a su acidez.

Amarillo pajizo subido con reflejos limón.

En nariz se muestra inicialmente tímido, con ligeras notas frutales y un fondo mineral, va abriéndose con el aire. Con cierta timidez van apareciendo notas de albaricoque, cítricos y lichi, recuerdos de hidrocarburos, flor blanca marchita y matices de rosa con algún apunte especiado. La nariz es elegante pero muy tímida y reconozco que me sorprendió en relación a la intensidad de otros vinos de Barzen.

En boca es excepcional. De ataque goloso, paso amplio y carnoso, con mucho azúcar residual pero una excelente acidez. Un exquisito equilibrio entre estructura, dulzor natural y acidez. Sin duda su mejor baza está en la boca, máximo exponente de una bodega que maneja a la perfección ese delicado triángulo. Estupendo con aquellos alimentos que requieran ese punto agridulce, en particular, quesos azules o foie.