Tras nosecuantas visitas a este restaurante solo le veo un defecto que, personalmente, ahora para mí es una virtud. Clásico.
La decoración ya no es lo que era, ha pasado el tiempo y el local no está al día de los últimos diseños en mobiliario, iluminación... Pero la verdad es que sigue siendo un lugar cómodo con una atmósfera muy zen. Me sigue gustando como el primer día.
La carta no ha variado desde hacer mucho tiempo, tal vez desde el primer día, pero los platos siguen siendo igual de buenos. Esta vez volvimos a caer el maguro picante, uno de nuestros platos favoritos. Un variado de sushi que estaba excepcionalmente bueno, es cierto, aquí no hay queso Philadelphia, no hay foie ni otras filigranas. Solo sushi de calidad con los pescados clásicos. El cordero estilo mongol que hacía mucho tiempo que no probábamos y volvió a sorprenderme y el rodaballo en dos servicios que una maravilla.
La carta de vinos es sencilla, con algunas lagunas que se echan en falta, pero con cosas interesantes con las que puedes comer sin desmerecer los platos. Copas correctas y servicio sumamente atento.
En definitiva, si te gusta la cocina asiática de buena calidad y poco occidentalizada, aquí tienes una opción perfecta. Además de ese punto demodé que tiene su encanto.
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