Magnífica comida en perfecto entorno

Comer en este pequeño restaurante es una experiencia reconfortante. Primero por su entorno y arquitectura, ya que se encuentra en medio de la huerta en un entorno caracterizado por la tranquilidad y además lo hace ideal para comer con niños. Su arquitectura es singular, ya que se trata de un antiguo almacén que cuenta con un pozo que se ha reconstruido con cuidado, si además tienes suerte y hace buen día puedes comer en la terraza, lo ya es lo máximo.
También hay que destacar el servicio que cubre Mónica con gran eficiencia y afabilidad. Gregorio, su marido, es el cocinero y su predisposición a agradar es de resaltar.
En lo que respecta a la comida hay que destacar que la misma se basa en materias primas (pescados, carnes y verduras) tratados a la brasa, siendo muy destacables los pescados (según la oferta del día) y las verduras, que se sirven en su punto y muy ligeras de salsa. Los arroces merecen comentario a aparte, tanto por su originalidad como por su elaboración a leña. La combinaciones en arroces son incluso arriesgadas, sirvan como ejemplo la paella de pulpo o la de sepia sucia (con su tinta) con col, sin olvidar los caldosos, todos ellos estupendos. Los postres caseros son muy recomendables (vale la pena comer menos y dejarse un hueco).
El menú perfecto son unos entrantes (dejate aconsejar ya que varían casi a diario) y un arroz o un pescado.
La carta de vinos suficiente y adecuada en sus precios.
Muy recomendable y aconsejables.

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