La perfección, o casi.

Nada más entrar, Joan nos enseña la cocina y Pitu la bodega, demostrándonos una enorme pasión y dedicación por su trabajo. Ya sentados, elegimos el menú festival con maridaje, y empieza el espectáculo. Seis sancks y once platos, todos al mismo nivel de disfrute: el máximo. No sabría con cual quedarme, me pareció todo estupendo, combinando el producto -caldos, marisco, pescado, carne- con un estudiado y logrado equilibrio. Como snaks, crujiente de sésamo y cacao, olivas caramelizadas, zanahoria con trufa (tan original en su presentación como rica en la boca), bombón de pichón con Bistrol Cream (intenso, sublime), crema de coliflor con erizos y naranja, y múrgulas con foie a la crema. En cuanto a los platos, un delicado brioix al vapor de trufa con caldo de gallina (el sabor del caldito de la abuela de toda la vida), una estupenda ostra a la brasa con escabeche de cítricos (templada, con aromas a humo, espléndida), los espárragos al viognier (contraste entre crudo y cocido), la tortilla de caviar (enterita y recia por fuera, completamente líquida por dentro), las gambas con arena de gambas y esencia de gambas (un paisaje marino que sabe a gloria bendita, en el que el protagonista son dos magníficas gambas rojas de Palamós), la escudella de bacalao, la lubina con olivas y ajedrea (que maravilla de lubina, jugosa, gustosa, coronada con dos perlas de oliva que estallan en la boca), el cordero con pan con tomate y la oca a la royal (plato contundente para finalizar los salados). En cuanto a los postres, el refrescante cromatismo naranja y el gran bombón de chocolate (una esfera de chocolate que esconde en su interior una finísima y etérea mousse). En definitiva, una cocina repleta de sensaciones y emociones, de elegancia y finura, de técnica, de pasión, pero siempre, siempre, presidida por el recuerdo de la culinaria tradicional de la tierra. El local me pareció elegante, moderno y muy confortable. Por poner un pero, y por eso de no puntuar con el 10, los lavabos no me parecieron a la altura del resto del local. El servicio de sala, atento, simpático y muy profesional. El servicio de vino, magnífico, fuera de lo común, con un acertadísimo maridaje. Tras la cena, pasamos a la sala contigua al comedor para tomar unos gintonics, y apareció Pitu, con el que estuvimos conversando distendidamente hasta casi las tres de la madrugada. Qué gente tan maja y tan cercana. Ha sido una experiencia fantástica, una magnífica y perfecta sinfonía a la que quiero asistir de nuevo lo antes posible.

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