Para volver y volver

Y vuelta a volver.

Creo que nunca en mi vida me había visto tan desbordado con una carta, quería probarlo todo, de todos tipo, de la forma más amplia posible, y que abarcase todo -dentro del presupuesto evidentemente-, tal fue la cosa, que a la pobre mujer que nos atendió -amabilidad en estado puro, como todo el servicio- acabó viniendo tres veces a tomarme la comanda, y después de haberlo hecho -y sin haber llegado a la cocina, a la vista por otra parte- aun le cambié un plato. También hay que decir, que junto con mi mujer, nos hemos dejado llevar por la moda japogastronómica, pero ante la ausencia de uno de calidad en nuestra ciudad, pues estábamos, ya no espectantes, sino ansiosos por conocer uno en condiciones. Lo mejor de todo: que cumplió con creces.

Impresionantemente bien situado para el turista, coqueto, sencillo, sin grandes alardes decorativos, quizás un pelín incómodo por el escaso sitio tanto en mesa como entre éstas -por lo menos en las habilitadas para 4-, puede ser uno de sus mayores inconvenientes, aunque tampoco excesivo como para impedirte disfrutar de la comida. El servicio fantástico, en todo momento con una sonrisa en la boca. Un pequeño detalle, es que al desvivirse por atender y agradar, están en todo momento en cima de la mesa, ya no rellenando la copa, re-rellenándola cuando aun no había ni dado un sorbo desde la última vez.

Con la carta de vino no sé decidirme, sin nos atenemos al espíritu tabernario del restaurante, suficiente, si caemos en la cuenta de que es una taberna en la que nos hemos dejado como mínimo, pero mínimo, mínimo, 50€, quizás habría que exigirle un poco más. Estuve hasta el último momento indeciso -por consecuente- entre un Lapola y un Zilliken Riesling Butterfly, ambos rondando los 22€, así qeu lo eché a cara o cruz, y esta suele consistir en el menor recargo sobre el precio de tienda, por lo que ganó el gallego. Por cierto, todos los precios con IVA, cosa de agradecer. Copas justitas, y el vino salió caliente, hasta que cogió temperatura en el cubitera.

Al final nos decantamos por lo más típico, con algún detalle más particular, a saber: los Yokisoba (fideos, 10.50€) de penetrante sabor a genjibre, sensacionales, aunque la presentación distase mucho de lo visto por ahí. Yakitori (pinchitos de pollo, dos y pequeñitos, 5,10€), hasta esto lo bordan, y más que nada por darle cancha a algo que tuviese patas, pero bueno, era lo que tenía menos margen de entusiasmar. Katsuo Tataki (el famoso bonito soasado, absoluta y rotundamente sensacional, el plato del día, 13,10 €),seguimoscon el Kakiage (témpura de verduras y langostinos, 10,40 €), el plato más flojo, posiblemnte por ser el más imitado y repetido incluso fuera de los restaurantes temáticos, además del probelma que constituye que la salsa se encuentre bajo toda la témpura. En todo caso muy bien, que conste. Sushi, la selección del chef, a cual mejor, aunque dificil de compartir en pareja, salvo uno que doblan, evidentemente. Quizás hubiese sido mejor pedir el shashimi, por lo menos para una primera visita, 21.25€. Y para rematar, nos sacaron las vieiras salteadas con setas chinas. Muy buenas, servidas en al concha, con un abundante jugo de intenso sabor a seta (Hotate Itame, 13,10 €). Raciones pequeñas, conviene pedir mínimo 3 raciones por barba, y dependiendo de cuales se traten, 4 o incluso 5.

Resultado: soberbio, con ganas de volver y de probar entre otras cosas las espardenyes, la carne, el shashimi, las almejas y el Toro -¿pero por qué narices no pediría Toro?, ¿por qué?, eh, ¿por qué?-, posiblemente uno de los mejores restaurantes, o por lo menos en el que más he disfrutado en mi vida -descontando estrellados y otras grandes mesas-. La próxima vez que pase por la zona - y llamo pasar por la zona a estar a unos 50-70 kms a la redonda, sin contar dirección al mar, claro- por ahí que me pasaré. Al final 102,50€ de dos personas, sin postre ni cafés, pero con sake (4,20 €).

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