Nos costo algo mas de una semana conseguir reserva en este restaurante, claro que no buscábamos cualquier sitio, buscábamos sentarnos en la misma barra y poder disfrutar así de un espectáculo único; parece mentira que siete personas en un espacio tan reducido, ni siquiera se rocen y lo único que se oye es a Sam cantando los pedidos.
Maestría, pulcritud, orden y limpieza son las notas que destacan mientras uno observa las artes culinarias de este rincón japonés, cuando salimos a la calle, nos pareció haber estado en el mismo Japón.
Sublimes los nigiri de “toro”, pasados por la brasa o el atún sobreasado con pulpa de tomate, así como los ocho platos que degustamos, todos ellos excelentes.
Tomamos un cava Rovellats brut (15€), que marido perfectamente toda la comida.
El precio por persona, ronda los 50€ para mi gusto, muy bien invertidos.
Sin duda, que volveré.
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