Carrera en las medias.

No recorrí tampoco mucho la saturada calle Conde Altea. La premisa estaba clara, buscaba uno con un menú de domingo en el que viera cierta marcha, así que sin referencia alguna, aquí me metí. Y casi consigo que me saliera bien.

Montan mesas en la acera y dejan sus puertas de cristal abiertas por el vayven, cosa que invita a entrar.

El interior tiene modernidad y sobriedad con sus techos altos y las paredes en toffe sin decoración excesiva. Las mesas son aparentes y de una falsa robustez, las sillas algo incómodas para comer pues hacen que te repantigues demasiado.

Te atienden de forma correcta y amable. La oferta de vino por copas en cuanto a blancos se refiere se limita a tres sencillitos y las copas que emplean son tirando a batalla pese al tamaño y con una forma que tampoco invitan a algo mejor.

Me gustaron mucho los raviolis de pez espada, pasta al dente y notándose el sabor de su relleno. Muy poco el arroz de pulpitos, poco sabor de base y poco tropezón amén de reseco. Y en cuanto al postre, una suave tarta de limón merengado de escasa porción pero muy correcta.

Respecto al arroz, está claro que no tengo culpa de que no estuviera muy allá, pero sí de haberlo elegido, porque hay señales que no supe ver. El que te lo hagan individual no debería ser el problema sobre todo si éste es meloso. Pero cuando es seco, va a parar a esas paellas pequeñas de porcelana y al horno. Si además añadimos lo ya comentado, pues eso.

Bebí con ansia un doble de cerveza con el primero y una copa de vino Vega Medien blanco después. Discreto, pero con esa macabeo tan austera de la zona requenense que personalmente tanto me vale a veces.

Buen café solo para finalizar. Me estoy tomando mejores cafés en los restaurantes que en los bares.

El menú está en unos 11,90 sin bebida.