Atesoraba en mi memoria un estupendo recuerdo de este restaurante/vinoteca. Hablo de hace más de 5 años, cuando vivía en el barrio y terminaba de trabajar, la mayoría de las veces, pasada la medianoche. Lo recuerdo siempre abarrotado y bullicioso, desde las mesitas y la barra hasta el tonel que disponían a modo de consola en el exterior. Había gente con su copa incluso en los alrededores de la calle peatonal.
Por aquel entonces, para mí y mis compañeros era lugar de paso para tomarse una copita de vino. Fuimos 2 o 3 viernes, como preámbulo de alguna noche que se alargó más de la cuenta. Tal vez influyera el ambientazo o el júbilo de dar por terminada la jornada, pero lo cierto es que me entusiasmó. Dos o tres copitas de buen vino, abrigados por la populosa Calle Roteros y a un precio estupendo. Nunca probé bocado, pero sí me quedé con ganas... Hasta esta semana.
Eramos cuatro personas en busca de una cena frugal. No teníamos mucho apetito pero se nos había hecho tarde y había que coger el coche. Así que agua con gas y cuatro platitos para picar.
Entiendo que la filosofía de la Santa Companya se fundamente en la oferta vinícola, que no tengan cocina y apuesten por platos poco laboriosos que no requieran tránsito por la llama. Pero de ahí a sacar la comida con el frío de la nevera (sino del congelador) o pasada de rosca de microondas ronda un trecho. Además, siendo nosotros y un par de personas más en barra, nos hicieron esperar más de lo necesario entre plato y plato. Me harté de pan. Éste sí, que cambiaban y reponían con cada plato.
Lo dicho, tomamos un carpaccio de pulpo que tal vez, si no hubiera estado gélido, podría haber alcanzado un punto reseñable. Probamos también el steak tartar. Bien, sin más (para mí demasiado triturada la carne). Unas habitas baby con jamón y setas que tampoco dijeron nada. Las habitas más bien crujientes. Algo comprensible y hasta deseable si éstas hubieran sido frescas, recién sacadas de la vaina y con algo de sabor. Y para terminar, un intento de fondue con torta del casar y uva, nueces y no recuerdo qué más para bañar. Digo intento porque parte del queso, de tanto sobrecalentado, se había endurecido en los bordes del bol donde se servía. Era una goma sin textura, aroma o sabor. Nada de torta del casar, era otra cosa.
El local está bien resuelto, el servicio fue amable (y lento) y la factura para nada abultada en exceso. Como no probé el vino, lo dejo sin valorar, aún entendiendo que éste debe ser el leitmotiv y punto fuerte de La Santa Companya. Ruego me disculpen.
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